Pues hará como un cuarto de siglo, uno de los alcaldes que ha tenido San Sebastián en su etapa moderna tuvo el desaparpajo de soltar en pleno sofoco de Semana Grande un sonoro “Felices Pascuas!!” que retumbó todo Alderdi Eder. No en vano, el hombre se gastó un dinerillo en megafonía para dejar constancia de su gracia festiva, ante una ojoplática asistencia.
No anduvo desencaminado el hombre, ya que Pascua es el nombre judío para varias celebraciones y el alcalde pudo sacudirse el bochorno, aunque el cachondeo general de aquel agosto le siguió durante años.
Al paso que va la burra, a nadie extrañaría que el alcalde de turno se asomase en agosto a felicitar otra vez las Pascuas, y que aprovechase para encender las luces de Navidad, que acaban rendidas de tanto meneo. Para muchos, la Pascua de Navidad es sólo una fiesta. Para otros, el calendario, llegadas estas fechas, sencilla y directamente les hace la Pascua. Algunos amigos y conocidos me han hecho saber que son legión quienes odian esta movida. Cual cuento de Navidad, detestan estas, las pasadas y las futuras navidades. Hay cosas en las que puedo entenderles.
Por ejemplo, que levante la mano quien, a estas alturas, haya conseguido zafarse de la participación de lotería con la que te arruinan la mañana. Cinco de aquí, cinco de allí y, a lo tonto, casi tienes apadrinado a uno de los niños de San Ildefonso. Y hasta pagado el viaje de fin de curso de su clase a Disneylandia.
Que levante el dedo quien no ha empezado a recibir ya en el móvil el primer mensaje del colega que hace siglos has olvidado y que aprovecha la oferta de su compañía “Horteratel” para aburrirte con no sé qué comida de los renos de Papá Noel. Un dechado de originalidad. Y queda Navidad todavía por delante, así que será mejor irse a la barricada de la falta de cobertura. Con politonos de plastas.
Que dé un paso al frente quien no está harto del arrebato pirotécnico de Año Nuevo de los feligreses de Caballer que pueblan la ciudad y que parecen embarcarse en una guerra sin cuartel. El día menos pensado arde todo y sale Nerón al balcón tocando la lira. Y qué decir de la cara del Melchor de pega que se ha refugiado hace un mes en una boutique a cambio de repartir caramelos o del sempiterno villancico con voz de Manolo Escobar antes de la primera glaciación. Y qué me dicen del cansino soniquete de “…y si no nos vemos, Feliz Año” ¿Feliz? Llevas todo el año amargándome la existencia, mamón, y ¿ahora quieres un abrazo? Que te lo dé el Tío Pepe que llevas encima.
Es verdad, las Navidades pueden ser insufribles…pero insisten, no se pierden un solo año. Vienen, nos persiguen y ponen su mejor cara. La familia tiene la artillería preparada, los escaparates son flautistas de Hamelín tratando de hipnotizar clientes y los langostinos son modelos de pasarela en su temporada de fresco y congelado.
Bueno, pues a quienes se apresten a defenderse, suerte compañeros. Yo saldré del armario y confesaré que tengo la lengua azul infectada ya del virus navideño. Sí, me gusta la Navidad, aunque sea con luces de bajo consumo o con el turrón acumulado en los hiper desde octubre. Me gusta hasta el plácido descanso de la cerda de Santo Tomás, llevo casi 80 euros en loterías de todo tamaño y condición, sigo embelesado la cabalgata de los reyes magos y la familia..bien, gracias. Lo dicho, Felices Pascuas.
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