Nuestra última etapa del viaje es en Niágara. No hace falta decir mucho, quien más quien menos conoce que en el lugar están las famosas cataratas que marcan la frontera entre EEUU y Canadá. Están divididas en tres partes. En el lado americano están dos de ellas y en el canadiense se encuentra la más grande y espectacular, con una caída de cerca de 60 metros. El ruido del agua en las cataratas se oye a varios kilómetros. Uno de los atractivos, yo lo disfruté a tope, es el viaje en el barco Maid of the Mist, que se adentra en la catarata canadiense.
Esta es la catarata americana. Es menor que la canadiense, aunque a diario miles de personas se acercan a visitarlas. Esa pequeña catarata es el llamado «velo de novia». Hay que tener en cuenta que antes la erosión era importante y que desde que se construyeron centrales hidroeléctricas esta erosión ha disminuido, ya que por la noche un sistema de esclusas desvía buena parte del agua a dichas centrales.
Seguimos viaje en el barco, debidamente ataviados con el chubasquero..una sensación de libertad cuando te acercas a la catarata canadiense comienza a adueñarse de ti. Ya no hay cámaras, ni móviles que valgan..el agua te domina. Una gozada.
Cada año cerca de 16 millones de visitantes se acercan a Niágara, donde también un puente, el Rainbow Bridge, une los dos países. Impresiona también ver el agua que se acerca a la catarata. Algún que otro suicidio se ha producido ahí y muy pocos son los que han sobrevivido.
Cuando uno se acerca a Niágara se imagina que estará debidamente explotado con hoteles, restaurantes y demás..pero me sorprendió el pequeño disneylandia que te encuentras, con todo tipo de atracciones, estridentes y demás.
Nuestra última parada es en el pequeño, coqueto y rico pueblo de Niagara on the Lake. Merece la pena pasear, tomarse un helado o un pastelito en sus calles.
Bueno, se ha acabado el viaje. Ha sido intenso y lo he disfrutado. Si he conseguido transmitirte un poco de la emoción vivida, me doy por satisfecho.